(Con dedicatoria a: Ángela Hernández. Feliz cumpleaños)
ANÉCDOTA
Por fin, luego de 35 años de ponerle las tapitas a los tubos de dientes, ha llegado el momento de tu jubilación. Tienes apenas setenta y dos años: tu vida por delante.
Algunos de tus compañeros de generación están nerviosos y tratan de aparentar una energía que ya no tienen; usan la computadora y traen celulares muy modernos que ni siquiera se atreven a tocar por miedo a romperlos. Ellos no entienden tu sonrisa; no saben cómo interpretar esos momentos en los que te quedas mirando hacia la ventana, mientras el viento ondea ―y se lleva― tu blanca cabellera.
Miras el reloj en tu último día de trabajo. Todos te felicitaron, incluso los nuevos jefes ―mozalbetes recién graduados― te agradecieron por todos tus años de servicio.
Nada de eso importa. Pues, ahora, después de tanto esperar, finalmente podrás dedicarte a lo que te gusta: sexo, drogas y rock&roll.
RESEÑA
En 1960, Mario Benedetti sorprendió al mundo literario con su novela “La tregua”. Una obra de ficción escrita a manera de entradas de diario; en donde se narra un fragmento de la vida de su personaje, desde febrero de 1958 a marzo de 1959.
Tal vez uno de los mayores aciertos de la novela sea su “simpleza” y lo fácil que es identificarse con los personajes. Por ejemplo: Martín Santomé, el protagonista, es un hombre común ―a veces demasiado―, que carga a cuestas medio siglo de canas; es padre soltero de tres hijos ya mayores, y su relación con ellos no es nada buena; está a punto de jubilarse de un trabajo rutinario; y, por si fuera poco, está estancado en el sopor de la adultez, no sabe qué hará después con su vida ―¿te recuerda a alguien?
«Lunes 11 de febrero
Sólo me faltan seis meses y veintiocho días para estar en condiciones de jubilarme. Debe hacer por lo menos cinco años que llevo este cómputo diario de mi saldo de trabajo. Verdaderamente, ¿preciso tanto el ocio? Yo me digo que no, que no es el ocio lo que preciso sino el derecho a trabajar en aquello que quiero.
[…] Cuántas palabras, sólo para decir que no quiero parecer patético.»
La anterior es la primer entrada del diario, en donde ya podemos ver el ritmo y el tono que manejará el resto de la novela. A lo largo de la trama, el personaje nos habla de su familia, de su pasado, sus miedos, de su relación con sus jefes y subordinados; de el mundo que rodea: se reclama, y trata de hacer proyecciones y promesas… sin mucha convicción ―a veces parece un emo-viejito.
«Lunes 18 de febrero
Ninguno de mis hijos se parece a mí. […] Esteban es el más huraño. Todavía no sé a quién se dirige su resentimiento, pero lo cierto es que parece un resentido. Creo que me tiene respeto, pero nunca se sabe. Jaime es quizá mi preferido, aunque casi nunca pueda entenderme con él. Me parece sensible, me parece inteligente, pero no me parece fundamentalmente honesto. […] A veces creo que me odia, a veces que me admira. […] Blanca tiene por lo menos algo de común conmigo: también es una triste con vocación de alegre. Por lo demás, es demasiado celosa de su vida propia, incanjeable, como para compartir conmigo sus más arduos problemas.»
Para su sorpresa, una serie de eventos lo lleva a involucrarse en un romance con Laura Avellaneda, una muchacha de 24 años que entra a trabajar en la misma empresa ―¡oh, amor no conoce de edades! Pero el libido sí…―. Poco a poco, su relación va creciendo hasta que deciden vivir juntos; pero apartados de su casa, para evitar lo que sus hijos podrían decirle ―en un departamento que él rentó para sus encuentros y «episodios».
«Miércoles 10 de abril
Avellaneda tiene algo que me atrae. Eso es evidente, pero ¿qué es?»
Otro punto a favor de la novela, es su coherencia y verosimilitud ―dilo tres veces muy rápido―. Las entradas varían en extensión, profundidad y temas según el estado de ánimo ―o el nivel de aburrimiento― en el protagonista. Así, a veces nos encontramos días en que describe con detalle cada paso; fechas en que resume todo en una frase; o huecos ―que a veces duran semanas― en los que ni siquiera escribe. Todo esto, dan una imagen muy acertada de lo que es un diario ―y no digo que lo haya tenido.
«Sábado 20 de abril
¿Estaré reseco? Sentimentalmente, digo.
Ellos se refieren a su relación como «lo nuestro», lo cual funciona como un matrimonio; pero sin papeles. Y, como era de esperarse, Martín Santomé termina por animarse a pedirle matrimonio; con todo lo que conlleva ―como conocer a los padres ¡Chan-chan-chán!―. Los dos hacen planes y se enfrentan a los problemas, internos y externos, que van surgiendo.
«Martes 9 de julio
¿Así que tengo miedo de que dentro de diez años ella me ponga cuernos?»
La historia pinta bien, y parece que Santomé y Avellaneda serán muy felices. Sin embargo, todo comienza a tambalearse cuando ella deja de ir al trabajo, y no va al departamento ―trata de imaginar cuán difícil es planear una boda sin la novia.
«Domingo 15 de setiembre
Ella se ríe. Yo le pregunto: «¿Te das cuenta de lo que significan cincuenta años?», y ella se ríe. Pero quizá en el fondo se dé cuenta de todo y vaya depositando muy diversas cosas en los platillos de la balanza. Sin embargo, es buena y no me dice nada».
Y a partir de aquí los dejo solos, pues no quiero arruinar el final de esta obra. «La tregua» no tiene un momento aburrido, pues cada entrada está colocada en el momento y en la forma precisa. Sentimos con los personajes, y nos sorprendemos a la vez que ellos lo hacen. No por nada, esta novela está entre las favoritas de los lectores latinoamericanos y ha sido traducida a una gran cantidad de idiomas. Altamente recomendable.
[…] Desde mañana y hasta el día de mi muerte, el tiempo estará a mis órdenes. Después de tanta espera, esto es el ocio. ¿Qué haré con él?»
Sobra decir que Mario Benedetti y «La tregua» ocupan un lugar de honor en mi lista de preferencias. Admiro esa genialidad disfrazada de simpleza que encontramos en cada uno de los trabajos del maestro uruguayo.
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