Archivo | septiembre, 2011

Una Tregua con Mario Benedetti

27 Sep

(Con dedicatoria a: Ángela Hernández. Feliz cumpleaños)

ANÉCDOTA

Por fin, luego de 35 años de ponerle las tapitas a los tubos de dientes, ha llegado el momento de tu jubilación. Tienes apenas setenta y dos años: tu vida por delante.

Algunos de tus compañeros de generación están nerviosos y tratan de aparentar una energía que ya no tienen; usan la computadora y traen celulares muy modernos que ni siquiera se atreven a tocar por miedo a romperlos. Ellos no entienden tu sonrisa; no saben cómo interpretar esos momentos en los que te quedas mirando hacia la ventana, mientras el viento ondea ―y se lleva― tu blanca cabellera.

Miras el reloj en tu último día de trabajo. Todos te felicitaron, incluso los nuevos jefes ―mozalbetes recién graduados― te agradecieron por todos tus años de servicio.

Nada de eso importa. Pues, ahora, después de tanto esperar, finalmente podrás dedicarte a lo que te gusta: sexo, drogas y rock&roll.

RESEÑA

En 1960, Mario Benedetti sorprendió al mundo literario con su novela “La tregua”. Una obra de ficción escrita a manera de entradas de diario; en donde se narra un fragmento de la vida de su personaje, desde febrero de 1958 a marzo de 1959.

Tal vez uno de los mayores aciertos de la novela sea su “simpleza” y lo fácil que es identificarse con los personajes. Por ejemplo: Martín Santomé, el protagonista, es un hombre común ―a veces demasiado―, que carga a cuestas medio siglo de canas; es padre soltero de tres hijos ya mayores, y su relación con ellos no es nada buena; está a punto de jubilarse de un trabajo rutinario; y, por si fuera poco, está estancado en el sopor de la adultez, no sabe qué hará después con su vida ―¿te recuerda a alguien?

«Lunes 11 de febrero

Sólo me faltan seis meses y veintiocho días para estar en condiciones de jubilarme. Debe hacer por lo menos cinco años que llevo este cómputo diario de mi saldo de trabajo. Verdaderamente, ¿preciso tanto el ocio? Yo me digo que no, que no es el ocio lo que preciso sino el derecho a trabajar en aquello que quiero.

[…] Cuántas palabras, sólo para decir que no quiero parecer patético.»

La anterior es la primer entrada del diario, en donde ya podemos ver el ritmo y el tono que manejará el resto de la novela. A lo largo de la trama, el personaje nos habla de su familia, de su pasado, sus miedos, de su relación con sus jefes y subordinados; de el mundo que rodea: se reclama, y trata de hacer proyecciones y promesas… sin mucha convicción ―a veces parece un emo-viejito.

«Lunes 18 de febrero

Ninguno de mis hijos se parece a mí. […] Esteban es el más huraño. Todavía no sé a quién se dirige su resentimiento, pero lo cierto es que parece un resentido. Creo que me tiene respeto, pero nunca se sabe. Jaime es quizá mi preferido, aunque casi nunca pueda entenderme con él. Me parece sensible, me parece inteligente, pero no me parece fundamentalmente honesto. […] A veces creo que me odia, a veces que me admira. […] Blanca tiene por lo menos algo de común conmigo: también es una triste con vocación de alegre. Por lo demás, es demasiado celosa de su vida propia, incanjeable, como para compartir conmigo sus más arduos problemas.»

Para su sorpresa, una serie de eventos lo lleva a involucrarse en un romance con Laura Avellaneda, una muchacha de 24 años que entra a trabajar en la misma empresa ―¡oh, amor no conoce de edades! Pero el libido sí…―. Poco a poco, su relación va creciendo hasta que deciden vivir juntos; pero apartados de su casa, para evitar lo que sus hijos podrían decirle ―en un departamento que él rentó para sus encuentros y «episodios».

«Miércoles 10 de abril

Avellaneda tiene algo que me atrae. Eso es evidente, pero ¿qué es?»

Otro punto a favor de la novela, es su coherencia y verosimilitud ―dilo tres veces muy rápido―. Las entradas varían en extensión, profundidad y temas según el estado de ánimo ―o el nivel de aburrimiento― en el protagonista. Así, a veces nos encontramos días en que describe con detalle cada paso; fechas en que resume todo en una frase; o huecos ―que a veces duran semanas― en los que ni siquiera escribe. Todo esto, dan una imagen muy acertada de lo que es un diario ―y no digo que lo haya tenido.

«Sábado 20 de abril

¿Estaré reseco? Sentimentalmente, digo.

Ellos se refieren a su relación como «lo nuestro», lo cual funciona como un matrimonio; pero sin papeles. Y, como era de esperarse, Martín Santomé termina por animarse a pedirle matrimonio; con todo lo que conlleva ―como conocer a los padres ¡Chan-chan-chán!―. Los dos hacen planes y se enfrentan a los problemas, internos y externos, que van surgiendo.

«Martes 9 de julio

¿Así que tengo miedo de que dentro de diez años ella me ponga cuernos?»

La historia pinta bien, y parece que Santomé y Avellaneda serán muy felices. Sin embargo, todo comienza a tambalearse cuando ella deja de ir al trabajo, y no va al departamento ―trata de imaginar cuán difícil es planear una boda sin la novia.

«Domingo 15 de setiembre

Ella se ríe. Yo le pregunto: «¿Te das cuenta de lo que significan cincuenta años?», y ella se ríe. Pero quizá en el fondo se dé cuenta de todo y vaya depositando muy diversas cosas en los platillos de la balanza. Sin embargo, es buena y no me dice nada».

Y a partir de aquí los dejo solos, pues no quiero arruinar el final de esta obra. «La tregua» no tiene un momento aburrido, pues cada entrada está colocada en el momento y en la forma precisa. Sentimos con los personajes, y nos sorprendemos a la vez que ellos lo hacen. No por nada, esta novela está entre las favoritas de los lectores latinoamericanos y ha sido traducida a una gran cantidad de idiomas. Altamente recomendable.

«Viernes 28 de febrero

[…] Desde mañana y hasta el día de mi muerte, el tiempo estará a mis órdenes. Después de tanta espera, esto es el ocio. ¿Qué haré con él?»

Sobra decir que Mario Benedetti y «La tregua» ocupan un lugar de honor en mi lista de preferencias. Admiro esa genialidad disfrazada de simpleza que encontramos en cada uno de los trabajos del maestro uruguayo.

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El arte de decir «No» a la mercadotecnia

25 Sep

ANÉCDOTA

Aquella mañana, todo era alegría para la familia Del Monte. Recostada sobre la cama, la Señora Teresa tenía en brazos a la recién nacida; a quién, después de hablarlo con Bruno Corza, su esposo, habían decidido darle el nombre de María ―la llamaban “galleta”, de cariño.

Desde hacía mucho tiempo que no veía una reunión como aquella. Estaban ahí las gemelas, Dolce & Gabanna, las primas favoritas de Teresa; la tía Carolina Herrera, quien se había escapado del trabajo y tenía que irse esa misma noche; Tommy, el mejor amigo de Bruno; la abuelita, quien había preparado un poco de chocolate caliente para celebrar; la pequeña Kate que, a sus diez años llevaba un vestido de princesa, y relataba al mundo a través de su teléfono celular todo cuanto ocurría ahí dentro: “la beeBA Se pArEc a su mamiiii!!!!!!!”, “la gaietita ia se va a momir caiense todos XD”, por citar algunas de las frases que publicó en cada una de las redes sociales a las que pertenecía ―esa semana―; incluso alguien había instalado una cámara digital para trasmitir en un canal de internet, de esa manera, todos los familiares y amigos podían estar al pendiente.

REFLEXIÓN POSTERIOR

Episodios como el anterior parecen ridículos; pero, si ponemos sobre la mesa el hecho de que palabras/concepto tales como “Yahoo”, “Starmedia” o “Internet”, sean el nombre propio de niños, quizás dejemos de verlo como una burla mercadotécnica y lo consideremos como un punto al que nos dirigimos ciegamente.

¿Cómo evitarlo? Es un fenómeno que recorre nuestras calles repletas de aparadores y pantallas que nos dicen cómo caminar, vestirnos y oler; anuncios que nos invitan a generar consciencia propia ―mientras tomemos su refresco, desde luego―. Muchos podrán decir que ellos no basan su vida en marcas; o que sólo consumen lo que necesitan, sin mirar qué compañía lo fabrica o lo promociona. Lo único cierto es que somos víctimas del bombardeo publicitario, y de esas falsas necesidades que nos provoca.

“[…] Los modos de vida se han vuelto completamente dependientes de las lógicas de las marcas y del consumo para la mayor parte de las actividades de ocio. […] El consumo es, junto con el amor, el otro gran sueño de la vida privada.”

Regresemos un poco, para comparar ese tiempo donde los celulares eran un lujo de los altos ejecutivos, y era una herramienta de trabajo. Ahora levantemos el rostro: ya no nos sorprende ver a niños de seis años; pegándoles estampas de Bob Esponja, Los Padrinos mágicos, lo que hace ver esos aparatos tan costosos como juguetes ―de Waldo’s―. Finalmente, volteemos ahora a la pantalla del televisor, ―sí, esa maravillosa pantalla plana de alta definición y de cincuenta pulgadas que papá sacó a crédito por cuarenta y dos años― ¿Cuántas veces nos “recuerdan” lo importante que es estar comunicado con nuestros amigos y familiares? ¿Cuántas compañías buscan hacernos sentir “culpables” por no estar en contacto con ese amigo de Indonesia y esa muchacha de Turquía que conociste en un foro de internet? Entonces, te dan la solución: ¡comprar un nuevo celular! ―el cuál será una reliquia seis meses después―. El marcador al final del día es: la mercadotecnia, 25561; tú, 0. Bienvenido a la nueva era: una cultura naciente que de a poco se convierte en la identidad de nuestra generación.

“Cuando se habla de globalización, uno piensa inmediatamente en factores geoestratégicos o geopolíticos; pero es también una cultura, un modo de conciencia, de percepción, un sistema de valores desde el cual se percibe un mundo donde las fronteras se erosionan. En primer lugar, es una cultura de mercado.”

En la actualidad, los temas preferidos de conversación, al menos entre las personas más comunes, son la programación televisiva, la música de moda, las coberturas periodísticas ―la nota roja sobretodo― y los estrenos en el cine ―sin olvidar los videos de Youtube, ¡como «Nyan cat»―. La cultura se ha diversificado, al mismo tiempo que se ha vuelto más limitada. El individuo tiene una gama tan amplia de celebridades a quienes imitar como la cantidad de canales que le ofrezca su servicio de cable.

Cuando llega ese punto en que una paloma te viste, o utilizas tres líneas en cada prenda; justo en esos instantes en que llevas la ropa y accesorios que cuestan más de un año de salario mínimo, y tienes al límite todas tus tarjetas de crédito, es cuando la misma sociedad que te formó en tu nuevo y fascinante Yo consumista te recuerda que lo importante es nunca perder tu individualidad, y te pregunta “¿de qué te sirve aparentarlo todo, si no eres nadie?” Para luego, sin admirarte como hubieras querido, darte la espalda. Comienza un círculo vicioso ―del que sólo podrás salir si compras las nuevas Cápsulas anti-depresión RT 4000, patentadas por «El pensar de un panda»―; Este conflicto es, en gran medida, el responsable del estancamiento ético en que se encuentra nuestra cultura y, por ende, nuestro tiempo.

No es posible ignorar todo cuanto nos rodea u olvidar la lluvia de publicidad a la que hemos sido sometidos desde pequeños; pero sí podemos buscar una manera de equilibrar cada uno de nuestros pasos, y así dejar de culpar a la mercadotecnia de no ser populares. Debemos jerarquizar, saber diferenciar entre lo que es necesario y lo que sólo es un deseo, o peor, un capricho ; recordar que la sociedad se conforma de individuos, y que es el individuo es quien le da forma y no viceversa.


[i] Todas las citas son de “Gilles Lipovestsky”

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Harry Potter y la piedra filosofal (del libro a la pantalla)

22 Sep

ANÉCDOTA

Para un niño normal, la idea de un viernes sin clase significa alegría, televisión, videojuegos y amigos; pero no para ti. Tu padre anunció que aprovecharían la ocasión para ir a visitar a la tía Cleopatra ―que lo único de egipcio que tiene es el proceso de momificación―. Protestaste, hubo huelga de hambre; hasta pediste apoyo al consulado inglés, para que te invitaran a la boda real y así tener una excusa para no visitar a la tía Cleo. Nada funcionó.

Mientras tus mejillas son masacradas, te imaginas qué pasaría si pudieras desaparecerte, incluso te conformarías con que un tornado destruyera la cocina o que los zapatos de tu tía se convirtieran en ratas infectadas de peste bubónica.

Trata de relajarte, sólo serán tres días.

HARRY POTTER: 

El niño que fue del libro a la pantalla

«Harry Potter y la piedra filosofal» es el primer libro de la saga literaria «Harry Potter», escrito por la británica J. K. Rowling. La historia fue rechazada por varias editoriales ―supongo que despidieron a esa gente―, hasta que la editorial Bloomsbury aceptó apostar por ella. Fue publicada el día 30 de junio de 1997; y fue traducida al español por la editorial Salamandra en el 2000.

Fue un éxito inmediato, por lo que las críticas no tardaron: incluso fue acusada de promover al esoterismo. Así mismo, llegó la adaptación al cine, dirigida por Chris Culumbus en 2001, convirtiéndose rápidamente en una de las películas más taquilleras de la historia. Pero… ¿qué tan fiel es la adaptación cinematográfica al libro? Bien, para saberlo, comparemos cómo se cuentan (en el libro) y cómo se muestran (en el cine) tres de las escenas más importantes.

PRIMERA ESCENA

En la novela, la escritora nos presenta un mundo en fiesta, aunque la gente “normal” ―como ustedes―, no está enterada; nos habla de centenares de lechuzas en pleno día, de lluvias de estrellas y gatos que leen; conocemos a los Dursley: Vernon, Dudley y Petunia, así como la aversión que siente por todo lo referente a su hermana, incluso la niega ―qué diría Laura sobre esto, seguro les daría un carrito de Hot-dogs―; leemos el concepto de “muggle” aunque no se define; así mismo, comienzan los destellos de lo ocurrido con los Potter y su hijo, Harry.

Cuando llega la noche, Albus Dumbledore aparece en mitad de la calle, un anciano que viste raro ―nada que ver con Chespirito―. Está también es la primera escena de la película, y lo entiendo; después de todo, ¿a quién le importan los Dursley o el mundo? El anciano utiliza el Apagador para… ehm… apagar las luces ―sin comentarios― y le habla al gato-lector, que resulta ser una gata… es decir, la profesora MacGonagall. En la conversación de estos personajes nos enteramos de que hay celebraciones en todo el país y de la trágica muerte de Lily y James Potter. Pero en la película no nos dicen nada de esto, todo se resume a:

«―¿Los rumores son ciertos, Albus?

―Me temo que sí; los buenos… y los malos.»

En ambos casos, Harry es dejado para que crezca lejos de la fama, el cariño y de la presión por haber sido quien detuvo a Voldermort, para vivir entre el desprecio y la vergüenza con sus tíos sin saber por qué ―¿No quisieras tener un amigo así?

SEGUNDA ESCENA

Ahora hablemos de cómo los protagonistas encuentran a Fluffy, un adorable perro gigante de tres cabezas que custodia la Piedra filosofal ―sólo hablando de HP puedo decir una frase como esa sin quedar como un demente―. En el libro, Draco Malfoy reta a Harry a un duelo a medianoche. Hermione trata de disuadirlos, recordándoles que estar fuera de los dormitorios en mitad de la noche está prohibido; pero en su intento se queda afuera y no le queda otra opción que acompañarlos; en el camino también se encuentran a Neville ―otro personaje al que no le dan la importancia que merece― y… también va. Como era de esperarse, el reto era una trampa; por lo que se ven obligados a huir del celador/conserje, Filch―; entran justo al pasillo que les dijeron estaba prohibido. Y ahí conocen a Fluffy.

En la película: los tres amigos van caminando como si nada ―nunca queda muy claro a qué hora toman clase―, y ¡la escalera se mueve! Ellos corren al siguiente descanso y deciden, nada más porque sí, entrar a la puerta que tienen enfrente, a donde no deben ir ―nadie se lo esperaba…

“―¿Alguien más siente que no deberíamos estar aquí?

―Es que no debemos estar aquí: es el tercer piso. Está prohibido.”

Aparece la gata de Filch ―qué feo se lee eso―, y ellos corren para evitar el castigo. Lo que no entiendo es ¿cuál castigo?, ¿no pueden decir que la escalera se movió y ya? En fin, ahí conocen al tri-perro.

TERCERA ESCENA

Ahora, la parte clímax de la historia ―insertar música dramática y rayos, muchos rayos―. Comencemos en el punto en que Harry y compañía deciden impedir que el malo se haga con ella. Salen de noche ―sí, otra vez― y se encuentran a Neville ―sí, otra vez―, quien trata de detenerlos para que Gryffindor no tenga más problemas. Hermione lo petrifica y siguen de largo. Al encontrarse con Fluffy ―me encanta ese nombre―, ven que hay un arpa tirada, lo que significa que alguien más ya pasó por ahí; Harry toca una flauta que le regalaron en navidad ―qué conveniente―, y la bestia se adormece; se dejan caer por una trampilla y aterrizan sobre una planta a la que tienen que matar con fuego antes de que ella los asfixie entre sus ramas. Luego, entran a una habitación con llaves voladoras ―imagino que así se sienten los borrachos al llegar a casa―, en donde deben atrapar la correcta; los tres amigos vuelan en las escobas. Después, viene un juego de ajedrez mágico ―exijo tener uno de esos―; Ron ordena los movimientos, y al final queda malherido y deben dejarlo atrás―son magos, ¿no pudieron llevárselo levitando o algo así?―. La siguiente habitación tiene un acertijo con venenos, el cual Hermione resuelve con demasiada facilidad; pero nada más uno puede seguir, por lo que la amiga regresa con Ron. De la “batalla” contra Quirrel, el malo ―otra vez los rayos y la música―, se puede decir poco, pues sólo es la aclaración de los huecos en la historia y Harry gana, tocándolo… ―sí… se escucha terrible.

En la película, el arpa sigue tocando: el perro está dormido. La planta cambia, pues ahora basta con tranquilizarse para que no les haga nada, o pueden arrojar luz para que se retire. En la escena de las llaves, Harry es el único que vuela. Pero, lo que menos justicia tuvo fue el tablero de ajedrez: las piezas no hacen ni una cuarta parte de todo lo que dice el libro; igual, Ron queda lastimado ―golpeado por un trozo de polietileno pintado de roca― y no puede seguir; aquí mismo, Harry le dice a Hermione que se quedé con Ron. Omiten el acertijo. Y, ya contra Quirrel, es casi el mismo final.

CONCLUSIÓN

Hay muchas escenas en donde podemos ver que la película se enfocó en Harry Potter, y sólo en él; las circunstancias del mundo en que se desarrolla la historia, así como la participación e importancia de los otros personajes fueron reducidas, algunas incluso ignoradas. No digo que sea una mala adaptación, al contrario: creo que hicieron un muy buen trabajo al elegir su línea y trabajar  siempre sobre ella; querían mostrarnos a Harry como un héroe y no como un estudiante o un neófito en el mundo de la magia, como en varias partes hace el libro; y lo lograron.

«Lo que sucedió abajo, en la cámara, entre el profesor Quirrel y tú, es secreto; así que, naturalmente, toda la escuela lo sabe»

Quizás se debió a que gran parte de la novela se avoca a explicarnos por primera vez cada lugar, hechizo, persona y aparato; pero casi no hay escenas que quedaron fuera de la película. Lo cual, estoy seguro, muchos fanáticos de esta saga agradecen.

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