(Dedicado a: Mónica Robledo. ¡Feliz cumpleaños!)
ANÉCDOTA
Mónica, sentada frente a la mesa, miraba con recelo el pastel. A su alrededor, cerca de quince personas decían «mordida» a coro, entre risas, una y otra vez. Ella sabía que negarse era inútil; su plan consistía en ser astuta y certera; esperaría el momento indicado, un descuido y entonces atacaría el pastel con una mordida limpia y rápida. Entonces todos se reclamarían mutuamente y podrían continuar con la celebración.
«¡Mordida, mordida!, seguían los gritos. Mónica miró a su alrededor: sus primos intercambiaban expresiones de malicia. Era obvio que planeaban hundirla, y a ella no le llamaba la atención la idea de morir asfixiada por betún. Se movió hacia el frente y los vio moverse. Estaban atentos; no sería fácil. Se miraron a los ojos fijamente. Sería un enfrentamiento de velocidad; y tenía seguridad en los reflejos que su entrenamiento como bailarina le habían dado.
Mónica se acercó de nuevo al pastel, sin dejar de verlos; lista para esquivarlos. Pero otra mano traidora la sujetó por la nuca. La muchacha cerró los ojos en el momento que su rostro se hundía en aquella pegajosa sustancia.
REFLEXIÓN POSTERIOR
Es frecuente encontrar a una cría de humano que te “presume” que faltan X días para su cumpleaños. Y es algo normal. Es decir, cuando eres niño, el calendario te parece un monstruo come-paciencia ―espéralo pronto en Plaza Sésamo―, una espera que raya en lo eterno entre los días que no tienes clases; mucho más cuando falta poco para celebrar el aniversario de los dolores de parto de tu madre. Insisto. Es normal. En esos días, tu mayor preocupación es saber si Gokú podrá salvar la Tierra o no. En fin… los días son largos e insoportables. Pero, bueno, esa fecha trae consigo muchas ventajas: tus amigos te respetarán más por ser mayor, ta darán regalos, te dejarán dormir más tarde, recibirás regalos, tendrás permiso para hacer más cosas, y, por supuesto, significa muchos regalos. Al final del día, te vas a dormir con una sonrisa, deseando que ojalá no tuvieras que esperar tanto para tu próximo cumpleaños.
«¿Qué es un adulto? Un niño inflado por la edad»
Simone De Beauvoir
Pero, conforme aumenta tu colección de arrugas en el rostro, tal pareciera que el reloj comenzara a robarse minutos. Simplemente los días no te alcanzan ni para hacer lo “urgente”; y antes de darte cuenta, llegó la noche, llegó el fin de mes ―¡la renta!―, se acabó el semestre ―y apenas le iba a echar ganas― y, finalmente, te enteras por la felicitación de algún amigo en Facebook que cumpliste un año más de vida. Te miras al espejo y te preguntas en voz de Rocío Dúrcal “(8) Cómo han pasado los años…(8)” ―…caray, si estoy envejeciendo―. Y, con suerte, recibirás uno o dos regalos. Al final del día, te vas a dormir con dolores de espalda, preguntándose qué has hecho de tu vida.
«Cada edad es un sueño que se está muriendo o uno que está por nacer»
Arthur O’Shaughnessy
La diferencia es clara, y radica principalmente en… en… ehm… ―¿de qué estaba hablando? ¡Ah, ya me acordé!―, la diferencia radica en cuáles son los pensamientos que nos gobiernan según la etapa de nuestra vida. Un niño piensa en disfrutar el momento, o en lo que hará mañana, sin preocuparse por lo que ya hizo. En cambio, la mayoría de nosotros somos fanáticos de la frase “me hubiera gustado que…”; la cual no es más que un venda que nos impide ver lo bueno que tenemos en ese momento.
«La edad no importa, salvo que usted sea un queso»
Luis Buñuel
También ocurre que nunca, nunca estamos conformes, y pasamos la vida deseando tener otra edad. Siempre me ha parecido ridículo que cuando está(bamo)s chavos ―como yo, a mis diecisiete años… y medio―, haces lo que sea para fingirte mayor; ¿cuántas chavas de quince o menos no se maquillan durante horas para que las dejen entrar al antro?, ¿cuántos chavos no compran una cajetilla de cigarros ―creyendo haber engañado al tendero― y se la fuman, a la vista de todos, con mirada de “malo”, con un pie apoyado en la pared? Pero luego, el tiempo transcurre y se sienten ultrajados porque un niño de primaria les llamó “señor” o “señora”; o porque Don Jonas, el de la tienda, ya no les pide identificación para venderles cerveza. Entonces las chavas se maquillan ahora para verse más jóvenes, y los chavos compran “Frutsis” congelados y juegan fútbol en la calle para sentirse menos adultos. No voy a ser hipócrita y decir que nunca hice tonterías así; pero sí puedo afirmar que me costó mucho trabajo comprender que ―ahora, el cliché de la semana:― lo mejor de la vida es lo que ocurre en este momento, lo que estamos viviendo.
«Haría cualquier cosa por recuperar la juventud… excepto hacer ejercicio, madrugar, o ser un miembro útil de la comunidad.»
Oscar Wilde
El pasado 23 de octubre desperté con la pregunta de “¿Qué he hecho de mi vida?” Sé que cargo con una larga lista de errores; me arrepiento de varias decisiones y de cosas que he hecho o que no hice; soy el primero en reconocer que extraño a algunas personas; y que debo mejorar en muchos aspectos. Sin embargo, también sé que fueron esas decisiones las que me tienen en dónde estoy ahora, y que aunque pudo haber sido antes, también pudo no haber ocurrido; sé que las contadas virtudes que poseo son las que me han ayudado a rodearme de personas extraordinarias, y que con nadie tengo problemas que no tengan arreglo. Me tomó muchos años entender que soy la suma de lo malo y lo bueno que he vivido; y que, sin ánimos de presumir, me mantengo en números positivos ―por poco margen… pero ahí ando.
«Todos los días miro los obituarios de los periódicos y me fijo sobre todo en la edad del muerto. La mayoría es más joven que yo. Me asusto y pienso: a lo mejor se han olvidado de mí»
Billy Wilder
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