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¿Estás list@ para una nueva relación?

14 Ene

Muchas personas (bueno, siete) me han preguntado: “Querido Panda, ¿cómo sé si estoy list@ para comenzar una nueva relación?” A lo que impuntualmente he tratado de dar respuesta, siempre bajo la filosofía panda (la verdad, sólo fueron cuatro personas). Sin embargo, dada la gran cantidad de correos, tweets y mensajes en Facebook, preguntando cuándo volvería El Pensar de un Panda, (vale, vale, fueron dos, pero son mis fans) este blog retoma funciones, compartiendo con todos ustedes las conclusiones a las que llegamos luego de una no tan larga investigación, que incluyó dos programas de Laura, tres “historias” de La Rosa de Guadalupe y medio capítulo de Glee (Ya, lo reconozco. Nadie me preguntó nada. Creo que en realidad nadie lee este blog). Espero que lo disfruten y les sea de utilidad, según sus necesidades (última vez que intentó aparentar que leo los comentarios que dejan aquí o en Facebook. Lo prometo ¬¬).

Cada persona tendrá su opinión (y la mayoría está mal) respecto a cómo debe sobrellevarse un rompimiento; mas, en lo que todos concordamos es en que tarde o temprano debemos volver a la búsqueda del amor.  El problema no es cómo, sino cuándo. Algunos dicen que hay que salir al mundo de las citas desde el siguiente día, o esa misma noche si te es posible. Otros opinan que se debe esperar a que el corazón deje de doler. Incluso he escuchado sobre períodos de luto amoroso, que se expresa en la siguiente fórmula: La = (e+tr)/2p  donde “e” representa la edad en años de la persona; “tr”, tiempo de relación en meses; y “p”, pretendientes conocidos sin importar la sexualidad (en serio, si alguien hace caso a mi fórmula… ni siquiera vuelvan a pararse por aquí).

Pero, como casi siempre, El Pensar de un Panda conjuntó la mayoría de las teorías, opiniones y loqueras en sólo tres puntos fáciles (espero) de entender y recordar, que te ayudarán a darte cuenta de si en verdad estás list@ o no para comenzar una nueva relación.

  • Tu ex, ¿es sólo un ex?

Sé que suena a tontería; pero esto es de lo primero que debes estar segura antes de pensar en dar el siguiente paso. ¿Aún se te escapa un suspiro al ver su foto?, ¿qué tan seguido visitas su perfil de Facebook? (o Twitter, o Tumblr, o Cowbird, o Hi5, o cualquier otra red por donde se pueda acosar a alguien), ¿podrías estar en la misma habitación que él sin temer (o querer) que pase algo entre ustedes?, ¿te preocupa verlo o que te vea con alguien más? Si te pidiera que volvieras con él, ¿lo harías?, ¿lo pensarías al menos?

Vamos a dejar dos puntos en claro: el primero es que un clavo no saca a otro clavo (no me creas a mí; se lo pregunté a un carpintero, y me guiñó un ojo. Tuve miedo.); si quieres que alguien te haga olvidar a otra persona, inténtalo con un perro y no le quites el tiempo a nadie más (a pesar de lo que podría pensarse, esto no tiene dedicatoria). El segundo punto: dicen que el tiempo cura todo. Sí. Pero toma en cuenta que no comenzarás a sanar mientras el puñal siga dentro, y SIEMPRE quedarán cicatrices. Aún así, son preferibles seis meses o más de soltería (soltería, no depresión) a que, por… vulnerable, te vuelvan a sangrar las heridas dos semanas después.

Sólo quien es dueña de sí misma puede entregarse a una nueva relación.

Quién ya no sufra por sus recuerdos, que arroje el primer beso.

  • Sin miedo a la soledad

Terminar una relación nunca es fácil (puede ser necesario o divertido; pero nunca es fácil). En los días siguientes a la ruptura te parece que todas las canciones hablan de él, que las nubes forman su nombre, que las flores tienen su aroma, que las abejas imitan sus ronquidos. Sientes que tus amigos no te entienden y hasta que el Sol te calienta menos. El mundo entero te lo recuerda. Y, ¿qué haces? Naturalmente, te enclaustras en tu habitación, culpas a todo mundo (menos a él) y sufres pensando qué harás ahora que estás sola. Entonces, te acuerdas de Pedrito, el amigo nerdoso que está enamorado de ti desde segundo de primaria, y le tiras indirectas para que te escuche, en el cine, en el antro, en la heladería (sí, yo fui un Pedrito; pero ya no más, desde que compré mi pulsera magnet-marvel por sólo $9.95).

Te diré un secreto: sí estás sola (¡chán-chán-chaaaaaán!) pero sólo porque así lo quieres. Mientras tú no quieras avanzar, poco importa que tus amigos y familia se desvivan tratando de animarte. Ahora bien, muchos entienden la soledad post-relación como una oportunidad para hacer “todas esas cosas que dejé de hacer o que a él no le gustaba que hiciera”; en lugar de aprovechar para reflexionar, para pensar qué hiciste o dejaste de hacer por el bien de la relación. Utiliza esa temporada para recordar y valorar quién eres, qué necesitas, qué mereces, y qué quieres en una pareja (sé realista, por favor). Enamórate de ti misma. La soledad es un arma de doble filo (sí, como el sable láser de Darth Moul); tú decides si la disfrutas, o te quedas en el cuarto oscuro.

“La amo; es una de tantas cosas que tenemos en común”

  • Orgullo y paciencia

Si luego de un tiempo (varía según la persona), quieres aventurarte en una nueva relación, por favor, por favor, ¡por favor!, no cometas los mismos errores. No importa si parece ser todo lo que pediste en un empaque por demás agradable a la vista. Por favor, de verdad, se supone que algo aprendiste. No te presiones; mantente alerta sin importar qué tan delicioso huela. Algo tan simple como conocer bien a los prospectos reduce considerablemente el riesgo de equivocarse de nuevo. Si busca una relación como tú, te sabrá esperar el tiempo que sea necesario (pero no abuses); sólo recuerda que los príncipes azules andan a caballo, mientras que los patanes optan por coches deportivos. Y al revés: en el caso de las damas, hay que ganarse el privilegio de ir por ellas a su casa; mientras que a las otras, es fácil encontrarlas cada fin de semana en la misma parada (es una metáfora). Ten paciencia y ve paso a paso (ya a nadie le importa si tienes cuarenta y estás libre); si todo sale bien, tendrán una vida juntos por delante, así qué, ¿qué importa esperar otra taza de café antes de mirarse a los ojos y decirse al mismo tiempo el primer “te quiero”?

También, ten en cuenta que no todos somos iguales; si Emilio Gabriel te mintió, Roberto Antonio te fue infiel y Steven Alexandro no te llamó a la mañana siguiente, eso no significa que Pedrito haría lo mismo. (Pedritos del mundo, ¡uníos!).

“Me conoce de memoria. No sólo porque nos amamos cada noche, sino porque también conquistó cada uno de mis días”

Nota: esta publicación va dirigida a las personas que ven las relaciones de pareja como algo serio, y no como un deporte de alto riesgo. Está escrito como si fuera para una mujer porque… ehm… me parece que sería más creíble que una mujer preguntara algo así; no porque no haya entre mi género alguno que quiera saber, sino porque al único que le comenté mi intención de escribir esta entrada respondió: “¿Cómo saber si estoy listo para una nueva relación? Fácil, nada más checó si me quedan más condones”. No revelaré su nombre sólo por cariño (del bueno) a su novia, que sé que siempre lee este blog (o al menos eso me ha hecho creer. Aunque no te creo, Paty).

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El Panda vuelve, y no queda más que soportarlo (o ignorarlo. Es lo que yo haría).

Espero que te haya gustado esta entrada. Antes de irte, comenta y comparte este blog.

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Tengo una idea: te propongo un »free»

16 Oct

ANÉCDOTA

Lo ves acercarse; mandaste pistas, insinuaste tus sentimientos, indirectas; y por fin ha dado resultado. Ves su rostro y sientes que tiemblan las piernas. ¿Qué le dirás? ¿Lo harás esperar? ¿Le dirás que te deje pensarlo? Tantas opciones, y todas apuntan a un final que te sabe irreal.

«Me gustas», lo escuchas decir y te esfuerzas por no lanzarte a sus brazos y besarlo. «No, Epigenia, hazte la difícil», te ordenas. «Quería… me preguntaba sí…», tartamudea, y su gesto te parece adorable. Lo tomas de las manos y le pides que te mire a los ojos. «Tú también me gustas», confiesas para ayudarlo a encontrar el valor que le hace falta.

«¿Quieres ser mi… mi… ―dice y no puedes evitar que una sonrisa delate tu emoción― Quieres que tengamos un free?» Respondes que sí de inmediato, aunque cuando la pregunta se repite en tu cabeza, entiendes que algo está mal. Lo miras confundida y él se defiende: «vengo de una relación muy complicada. No estoy listo para algo serio».

REFLEXIÓN POSTERIOR

Las relaciones abiertas han existido desde hace mucho ―pregúntale a tu abuelo… cuando esté un poco borracho―, y es un fenómeno que es cada vez más «aceptado» y más común. Emitir un juicio entre si son correctas o no es entrar en un debate un tanto absurdo; puesto que, en la mayoría de los casos: quienes han o tienen una relación así, dirán que es una excelente opción, una manera de disfrutar y divertirte sin tanto problema ni compromiso; mientras que los que no han vivido esta experiencia, dirán que es lo peor que existe y tildarán a los que la practican como personas sin moral ni respeto por si mismas ―como esas parejas impuras que tienen sexo pre-marital, ¿cierto?―. Todas las opiniones son válidas; pero es imposible ignorar que los «free», el tipo más frecuente de estas relaciones, proliferan peor que la gripe común o la influenza ―sólo que esto no nos deja sin clases… aunque puedes perder una o dos.

«Un ‘free’ es como tener un noviazgo, sin preocuparme por tener contento a nadie; es disfrutar las mejores partes sin sentirme atada o comprometida»

¿Qué es un ‘free’? Es una relación ―nah… ¿en serio?― entre dos o más personas ―¡ah! ¿en serio?― en la que no existe compromiso, fidelidad y, lo más importante, sentimientos. Una de sus características consiste en que desde un principio se fijan las reglas de la relación. Así, los involucrados pueden elegir días y lugares para sus encuentros y «episodios», decir qué les gusta y qué no; pero, sobre todo, establecer los límites y… ehm… condiciones de uso.

«¿Un ‘free’? No gracias. Soltar sin compromiso… Jamás lo haré. Si quieren algo así conmigo, que lo demuestren y se lo ganen»

Como en todo, tener o ser un «free» tienes ventajas y desventajas. Veamos las primeras (cabe aclarar que, así como tu free debe hacerlo por ti, es tu obligación responder de la misma manera):

  • Diversión sin compromiso: sal ―o enciérrate― con tu free, que para eso están. Si tienes ganas de ir al cine y no ver la película, o de salir en la noche y aprovechar los rincones oscuros, adelante. Arregla la cita para divertirte un buen rato y luego no hablarse en una semana.
  • Control de temperatura: en temporada de frío ―o de excesivo calor… interno―, llama a tu peor-es-nada para que juntos se ayuden a olvidar todo lo que pasa fuera de la habitación.
  • Servicio de acompañante: si tienes planeado un viaje, evento o excursión, o sólo quieres saltarte un par de clases; pero no quieres ir sola(o), localiza a tu «terapia», invítalo y disfruten de la oportunidad.
  • Función anti-estrés: si reprobaste un examen, te regañaron en el trabajo, o simplemente sientes ganas de gritar de tanta presión que hay sobre tus hombros. El olvido y la relajación están a una llamada de distancia.

«Un ‘free’ es un cuando dos personas deciden saltarse el drama y van directo al clímax… Literal»

Ahora hablemos de la parte difícil, de las desventajas de este tipo de relaciones:

  • No puedes enfadarte si no te llama en semanas, y cuando lo hace es sólo porque tiene «ganas». Recuerda que fuera de esas «ganas», no hay nada que los una.
  • No puedes armar escenas ni reclamarle si es que lo ves con alguien más, pues él(ella) no tiene por qué serte fiel ―ni tú a él(ella).
  • Cuando vaya contigo a una fiesta o evento familiar, no puedes presentarlo como tu novio(a); lo que sólo ocasionará que tus primos y amigos comiencen a hacer suposiciones ―que serán las correctas― y algunos piensen mal de ti.
  • Siempre corres el riesgo de enamorarte y no ser correspondido.

«¿Por qué le llaman ‘free’? No lo entiendo. Todas las que hacen eso… cobran, ¿no?»

¿Cómo hacer que sobreviva una relación así?

  • Lo primero que deben hacer es entender que ninguno de los dos quieren un compromiso, celos, ni darle explicaciones a nadie.
  • Deben ser maduros para hablar de las cosas. Si la idea de ser algo más aparece en tu cabeza, háblalo con tu pareja-de-ocasión. Quizás ha llegado el momento de decir adiós, o de formalizar.
  • Sigan las reglas que establecieron, y estén preparados para separarse cuando sea necesario ―y antes de que sea urgente.
  • No hagan planes a futuro, pues recuerden que nada los une y podrían llevarse una grave decepción.
  • Salgan con más personas, tengan otros «free». Mantén varias opciones disponibles; esto hará más fácil el momento de la separación.
  • No accedas a una relación de este tipo con la esperanza de que el otro se enamore de ti.
  • NO INVOLUCRES SENTIMIENTOS.

«Yo creo que todos, hombres y mujeres, hemos pensado en tener un «free». En serio. Sólo que, quizás no nos lo han propuesto de la manera indicada»

En apariencia es como si pusiéramos los sentimientos a un lado, como si jugáramos con nuestras emociones y lo único que importa es divertirse. Bueno o malo, es una situación ordinaria que ya no debería espantarnos. Aceptar o declinar una oferta de «free» es un pensamiento complejo y, como en todo, siempre es la primera vez la más difícil.

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Gracias por leer. Denle manita arriba o abajo según lo crean conveniente. Les recuerdo que e gustaría mucho saber qué opinan acerca de este tema.

Y, aquí a la derecha, está para que le den «Me gusta» en Facebook ―si es que les gusta este blog. De antemano, muchas gracias. ――>

Tú ganas; no quiero discutir

21 Ago

LA ANÉCDOTA

Plaza de Armas, en San Luis PotosíAquella noche vagábamos por las tranquilas ―no es sarcasmo― calles del centro colonial de nuestra ciudad. Como de costumbre, el tema de conversación había ido cambiando sin darnos cuenta conforme el pasar del tiempo: comenzamos hablando de cómics y videojuegos, eso lo recuerdo bien ―con frecuencia es el detonante de nuestras conversaciones―; sin embargo, ahora que hago memoria, en algún momento me parece que discutimos algo sobre la educación y política, y del cómo arreglaríamos todo en quince minutos ―cómo buenos mexicanos―; hablamos sobre amigos ―y no tanto― en común, películas, pelirrojas y proyectos a largo, muy largo plazo.

El paisaje amenazaba con pasar a la historia como un domingo cualquiera; como esos días que, antes de dormir, te mientes diciendo: «¡Qué buen día!» y te tumbas a manera de oso perezoso sobre tu cama, con la firme intención de no levantarte hasta después de la una de la tarde del día siguiente ―cuando un día es bueno en realidad, lo menos que quieres es ir a la cama… Bueno, eso depende de la situación; el asunto es que, cuando te la estás pasando bien, lo único que quieres es que el día no termine nunca―. El punto es que cuando llegamos a Plaza de Armas―una de las plazas más bonitas de la capital. Ya sé que casi cada ciudad del país tiene una… ―, caminaba hacia nosotros un grupo de personas, todas cercanas al medio siglo de edad.

«… es que, no puedes discutir con una persona… ¡qué está desnuda!»

Aquella frase, aquel destello de Filosofía urbana enunciada por uno de esos rostros anónimos, perforó nuestra conversación con fuerza, removiendo desde la base cada uno de nuestros pensamientos y, al mismo tiempo, convirtiendo nuestra platica en algo banal, absurdo e intrascendente. Nos detuvimos. Sin importar por dónde se le viera, no había manera de debatir contra tal aforismo, contra aquel destello de sabiduría en la más pura de sus formas.

Recuerdo que nos miramos en silencio durante un par de segundos, sin atrevernos a hacer algo que pudiera manchar el momento. Primero sobrevino una trémula sonrisa, para luego abrir paso a una serie de carcajadas que resonaron entre las calles vacías.

Estoy seguro de que ellos, el grupo de quincuagenarios, entendieron el motivo de nuestra risa; pero fingieron no hacerlo y se limitaron a apresurar el paso para alejarse.

REFLEXIÓN POSTERIOR

En lo personal, creo que dicha afirmación tiene algo de cierto: la persona desnuda tendría la desventaja de… eso, de verse vulnerable. En los libros y películas, cuando inicia una discusión, ocurre una escena muy repetitiva: si el hombre es el molesto/ofendido, se levanta y se pone el pantalón ―el pecho musculoso debe de quedar a la vista siempre―, y hasta entonces responde; en el caso de la mujer: se levanta un poco más lento ―el lector/cinéfilo/televidente debe tener tiempo suficiente para verla bien― y camina desnuda, aún más despacio, para ir por una bata ―que siempre está del otro lado de la habitación y es transparente, o de un color muy claro… por eso del pudor―, y ya cubierta, discute. Un problema a la vez. ¡Ah! Y algunos autores rematan con la frase magistral: «fue entonces que pudo verlo(a) a los ojos». ¿Hacia dónde veían antes? ¿Qué no estaban tan molestos?

Una amiga, a la que ahora llamaremos Ana L. ―no, mejor A. Laura―, se jactaba de haber encontrado la manera en la que su novio no le negaba nunca nada. Lo que sí negaba a compartir era su secreto con los demás ―yo quería saber por mera curiosidad… Y para que no me lo hicieran a mí―. Fue hasta una fiesta, y medio litro de tequila después, que me  llamó aparte y entre frases tontas me confesó: «ya cuando estamos desnudos, a punto de hacer… Tú sabes… ―omitiré relatar la parte en la que trató de decírmelo con mímica―, es cuando le puedo pedir lo que sea». En su momento me pareció una situación por demás absurda; o, quizás, una verdad incómoda. Pero en su método hay dos elementos que saltan a la vista: la desnudez y la ausencia de discusión. Ahora que lo pienso, quizás aquel filósofo urbano era el novio de mi amiga ―espero que no; de lo contrario, me preocupan los gustos y fetiches que pudiera haber tenido.

«… pero, puedes discutir si está detrás de una cortina».

Dijo un amigo cuando el tema salió a debate en el grupo. Tiene razón, aunque eso ya abandona el tema de la desnudez como tal y entra en el mundo de la especulación.

Imaginarse en una situación así es complicado… e incómodo.

Como podemos ver, la literatura, el cine y la vida misma nos brindan ejemplos que confirman la verdad en las palabras de aquel erudito anónimo. Es una lástima que no sepa su nombre ni pueda recordar su rostro; sin embargo, jamás olvidaré ese aroma a mezcal que lo rodeaba como un aura con manchas negras, símbolo inequívoco de que las moscas supieron antes que yo de su grandeza.

Y reto a cualquiera de ustedes a desnudarse y decirme lo contrario.

¿Necesito decir más?

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