ANÉCDOTA
“He llegado ese momento de mi vida en la que me siento más cerca de los cuarenta que de los quince años. Esa inevitable etapa de la existencia cuando evito mirar los aparadores, no porque nada me llame la atención, sino porque temo al reflejo que inevitablemente se asoma ―y que a veces hasta se burla de mí―. «Lo lamento, viejo amigo», parece decirme, «pero detrás quedaron las fiestas de cada fin de semana, las apuestas de quién puede emborracharse más y el reto de ir con resaca un lunes a la escuela sin que nadie se dé cuenta». Tiene razón. Ahora ―si bien me va―, visito el bar para pedir el baño o el teléfono, y el reto de cada lunes es llegar quince minutos tarde sin que mi jefe se entere. Soy una vergüenza.
Cierro la puerta de coche y, mientras acomodo el retrovisor para no verme la calva ―sin albur, gente―, me pregunto en dónde quedó la emoción que te daba tomar el volante, a dónde se fue la sensación de invencibilidad que me causaba tener relaciones con Xenaida ―o cualquier otra muchacha que estuviese suficientemente borracha, o que hubiera perdido una apuesta―, y a dónde carajos se fugó ese Yo-interno que tan bien me hacía, que me impulsaba a vivir al máximo”.
«Caray… y eso que no has cumplido siquiera la mitad de tu esperanza ―¿condena?― de vida… », comentas al dar vuelta a la página y decides que mejor leerás otra novela.
Bien, déjame sugerirte una.
RESEÑA
“El ruido de las cosas al caer” es una novela escrita en primera persona ―el narrador es el protagonista, pa’que me entiendan―, del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez; ganadora del “Premio Alfaguara 2011” ―lo cual nos asegura una buena lectura.
“Nadie sabe por qué es necesario recordar nada, qué beneficios nos trae o qué posibles castigos, ni de qué manera puede cambiar lo vivido cuando lo recordamos”
La historia comienza cuando dicen en las noticias que un hipopótamo escapó de un zoológico muy especial, un zoológico que era lo último que quedaba de la casa abandonada de un antiguo jefe narcotraficante de Colombia; esta escena funciona como gatillo en la memoria de Antonio Yammara, el protagonista ―sí, bueno, no es una imagen que se vea a diario… alguna reacción debía provocar―, quien, a partir de este momento, nos invita a acompañarlo en su lucha contra su pasado, mientras relata un fragmento de su propia vida y decadencia ―¿Acaso no suena tentador?
“Esta historia, como se advierte en los cuentos infantiles, ya ha sucedido antes y volverá a suceder”
Desde su primer encuentro con Ricardo Laverde ―el apellido ya nos da una idea…―, el narrador se da cuenta de que su nuevo amigo tiene un secreto, o más ―¿quién tiene sólo un secreto?―. Y, como era de esperarse ―en una persona sin vida propia―, se interesa por la misteriosa existencia de Laverde. Esta curiosidad se incrementa cada vez que se encuentran en el billar, y se transforma en una obsesión el día en que asesinan a Laverde ―y de paso lo balean a él.
“Las cicatrices son elocuentes”
Convencido de que resolver el misterio que se esconde en la muerte de Laverde le hará ver qué debe hacer con su propia vida ―es lógico, ¿no? La mejor manera de entenderse a uno mismo, es meterte en los asuntos de los demás. Jajajajajá―, Yammara comienza una investigación que lo lleva hasta los años setenta, cuando una generación de “idealistas” iniciaron un negocio que acabaría por llevar a Colombia, México… a toda América Latina ―sino es que al mundo―a las fauces del lobo ―les dije que el nombre ya daba una idea.
“Su cara era como una fiesta de la cual ya se han ido todos”
A pesar de que no soy fanático de las novelas que tratan asuntos como el narcotráfico, la violencia de género, episodios absurdos de sexualidad, y esos temas que inundan los noticieros―y cada vez es más difícil encontrar textos libres de esa influencia―, El ruido de las cosas al caer me dejó un buen sabor de boca ― además de los ojos rojos y la sensación de que puedo volar…―; pues, si bien toca esos asuntos, lo hace de una manera elegante y se limita a lo necesario. No subestima al lector y lo deja que saque sus propias conclusiones sin que la historia pierda fuerza.
“No hay manía más funesta, ni capricho más peligroso, que la especulación o la conjetura sobre los caminos que no tomamos”
Al terminar de leerlo me enteré de que esta es la quinta novela de este autor, así que aún tengo mucho que leer ―y aprender― de él. Lo recomiendo ampliamente.